jueves, 22 de noviembre de 2007

PROSA SUELTA VOLUMEN II

A veces siento una terrible necesidad de escribir. Y cuando pienso en cuál será el tema me pierdo en delirantes y concluyentes epifanías divagatorias; en lugar de escribir me pongo a observar a la gente, o a mí mismo, a mi conducta, a lo que estoy y he venido sintiendo. Me sucede esto muchas veces en el Metro, donde ahora estoy cambiándome de andén pues voy tan fumado que ha sido luego de tres estaciones en sentido opuesto cuando me he enterado de mi equivocación.
A veces también me ocurre esto cuando voy andando por la calle, la mente suelta ahí dándole a algún tema álgido de mi existencia actual.
Son momentos estos en los que siento sendos abismos en mi espíritu, ese ser incorpóreo, recio y frágil a la vez, tan determinante a fin de cuentas...
Creo, más bien, siento que de haber recibido una formación religiosa sería bien diferente mi aproximación a estos abismos de mi alma, o quizás no... En todo caso: Gracias dioses por habernos creado con la idea de poder ser laicos.
Sin embargo, constantemente siento necesidad de comulgar con la fuerza, con lo supremo, aquello a lo cual muchos llaman Dios. Una necesidad que casi siempre tiene un rasgo completamente egoísta, pues es una necesidad provocada por una pena, un dolor que resurge, cada vez que me salto la censura que le he venido imponiendo a mi alma.
Este texto que escribo ahora es una catarsis, es el cauce de un derramamiento de mi mismo, pues siento que me derramo. Como una represa colapsada que revienta, como una botella de vino que estalla, me siento desgarrado.
La razón es muy sencilla, he pasado muchísimo tiempo solo, solo sin conseguir superar lo que From llama el complejo de separatividad, con lo cual toda esa prolongada soledad ha sido estéril, inútil de cierta manera, lo mismo daría haber pasado un día que una década. Entonces, habiendo pasado todo ese tiempo solo, fortaleciendo mis complejos, obsesiones, hábitos buenos y malos, haciéndome segundo a segundo y cada vez más exageradamente sensible hasta rayar en la ridiculez, en lo absurdo. Pasan los días y me repito que esta especie de voto de soledad, de censura social, tiene una buena razón de ser, me repito mil veces que me conviene, que eso me garantiza cuidarme de mis propios demonios y cuidarme también de exponer mi ser a un nuevo desgarro, un ser que se ha visto desgarrado repetidas veces
casi hasta perder su forma, un ser desmembrado, un corazón roto, descuartizado, por mis propios errores, por mis malas andanzas, por mis obsesiones, por no saber regular mis sentimientos.
Entonces me pregunto: ¿por qué debería yo regular mis sentimientos? ¿Acaso está bien regular lo que uno siente, acaso está mal no hacerlo? Por qué tendría entonces que controlarme, cuidarme, si al fin y al cabo, luego de tanta cautela y tanta precaución, de tanta censura y separación, termino en el mismo lugar...

1 comentario:

Unknown dijo...

OYE JUAN ESTA PARTE ME RECORDO A ANDRES CAICEDO, SOLO TE PIDO NUNCA PIENSES EN EL SUICIDIO. NO SE COMO PERO UNA PARTE PEQUEÑITA PERO A LA VEZ PROFUNDA DE MI TE PERTENECE....